Carta del 21 de octubre de hace muchos años

 Hasta hoy logré animarme a escribir toda la mescolanza en la que he estado bailando desde ayer. Yo sabía lo mal que iba a sentirme, yo sabía que el tiempo no es inextinguible como el dolor de tu ausencia. Yo sabía que me iban a terminar. Ya no siento que pueda escribir mi confesionario en las cartas, ya ni siquiera sé cómo debería sentirme con esta pérdida. A ti, lectore, te incomodo con lo que me ha hecho un ser triste durante los últimos días. Volvía a bailar tangos por el abismo con el humo del cigarrillo que se desenvolvía en nuevas enarmonías de mis pasados más desahuciados. Volví a preocupar a las luciérnagas que nos observaban charlar por las tardes cerca a tu casa y al lago de los patos que perfectamente podría ser un estanque para una película de asesinatos y tragedias. Mi yo consciente de lo que se viene sigue pasmado mientras deshoja los pétalos que solo viven en la memoria del tacto de mis manos. daniel está muy preocupado por saberse en el inicio de un gran dilema. de...

Onanismo de una tarde húmeda.

ONANISMO DE UNA TARDE HÚMEDA... 


Cuando llueve en esta ciudad de mierda, no se encuentra esquina seca, se humedecen los pantalones, la camisa, los calcetines, pero sobre todo, se humedece el alma; y uno escucha el aguacero con los parpados caídos, con la luz blanca de la lampara congelando la habitación, y la porfía volátil del exterior, el coro incomprensible de voces empantanadas, desesperadas, arrojadas desde el cielo, formando un coro ininteligible y occiso tras el choque contra el suelo, contra las lozas del tejado, contra los cuerpos aún tibios de los transeúntes que maldicen.

- ¡Jueputa! 

Pero a mi me da igual, no me interesa la tempestad recia, ni el frío que invade a los demás. Yo me siento en el andén, en una tarde soleada, en un andén que entonces precedía, insospechadamente, la orgía de polvo y agua. Y los párpados indecisos, fluctuando entre el ayer de memorias soleadas y el aguacero de hoy, y la sinfonía inverosímil alcanzando el clímax absurdo, y otra vez los párpados flácidos, derritiéndose en el verano de los recuerdos...  La boca me sabía a aguardiente, y la flaca me cantaba frases anisadas también y yo asentía, sonriéndome de vez en cuando, vigilando su boca medio ebria, desconsolada, estudiando su geografía cuidadosamente, delineando cada límite, aislando los matices, memorizando la ubicación de sus comisuras, imaginando un zoom en la frontera entre la piel anochecida y la voluptuosidad de su boca túrgida, calculando el seno y el coseno del ángulo de los labios y ella complaciéndome inconscientemente, pensando tal vez en el merengue que suena de fondo. 

Bailemos muñeca, pero dejemos que dancen nuestros cuerpos obstinados al ritmo de una soledad prolongada, dejemos que se junte el frío del desamor y la pena hasta que nos queme, dejemos que nuestras mentes incendiarias y marchitas mueran juntas mientras nos deseamos, mientras giramos, dejemos que bailen nuestros labios, nuestras manos, nuestras lenguas, nuestros dientes, las viseras que se aguzan al contacto con el licor envenenado; pero si bailamos ahora, ya nunca dejaremos de bailar, bailemos flaquita, bailemos de nuevo que yo siempre vengo a escampar aquí. 

La borrasca moja la ropa extendida en las azoteas y los patios inexpresivos, y los tendidos silencian el monólogo de la tormenta, se percibe en la atmósfera el talante triste, tácito en las tardes de viernes, presiento el llanto de alguna mujer en un edificio cualquiera, el hálito de un cigarrillo melancólico, asomado a una ventana que llama la desidia, el cuerpo empapado de alguien que escurre desesperación, las lagrimas confundiéndose con la lluvia, los lamentos de las personas diluyéndose entre la fanfarria húmeda de los viernes y todos corriendo a refugiarse, protegiendo la integridad de sus secretos, de sus penas, luchando por recuperarlos entre las alcantarillas. Alguien maldice de nuevo. 

- ¡Jueputa la ropa!

Que se moje, porque yo sigo viéndola ahí, disfrutando de los comentarios torpes de quien la desea, jactándome de su anatomía sensual, de sus rasgos seductores, de esas virtudes desconocidas e inconscientes. Como llueve de duro los viernes, ojalá lloviera así toda la semana, para irme a escampar diario con la flaca, a ese instante inalcanzable para los demás, para hacer un atlas completo con mis memorias detalladas de esa sierva altiva pero profundamente triste. Sin embargo nunca es suficiente lo que los ojos me proveen, y las imágenes se nublan inevitablemente, por eso me valgo del tacto, susurrándome los secretos de su piel, sincerándose con la pluma, fundiendo todo el erotismo con la tinta. 

Busco su mano, con los dedos lombricientos reptando sobre la mesa, sin pensar en el aguacero, ni en la ropa, ni en esa modorra pálida de viernes esperando la noche. Y sin saber ella ya la ha tomado y me hala impulsiva hacia el secreto, hacia este instante de infinitas repeticiones, donde nadie ve mis labios extraviados dibujando tu hálito famélico, alcoholizado, con los ojos abiertos para asegurarse de que fuese mi rostro el único derretido en estupor. 

Lo cierto es que los viernes llueve muy duro en esta ciudad, esta ciudad de mierda, llueve sobre esa calle donde la conozco una y otra vez cada vez que el cielo se derrite. Llueve sobre mojado y la ropa se humedece afuera, y la gente maldice, y el alma, empantanada, escurriendo una luz pálida a cántaros, y al final no se encuentra rincón seco, no hay refugio, me ahogo inevitablemente mientras respiro los aromas efervescentes de una tarde que en medio del delirio, no es esta tarde, no es la tarde que me corresponde. 

Al final las tardes no tienen sentido, los viernes se me escapan entre las calles húmedas, entre la atmósfera insípida donde me refugio del aguacero en vano; se me escapan sentado, perdido en la pesadez del pasado, los viernes se me escaparon contándome mil veces una historia, terminando siempre como termina la lluvia, siguiendo el destino suicida de las gotas que se cansaron del cielo, untando unos andenes ajenos y unas figuras extrañas, destrozado en la piel y en el cuerpo y en el tuétano de seres ajenos, seres que se limpian los restos de tanta melancolía, que se sacuden el pelo y a veces sonríen, como si sus almas no estuviesen tan encharcadas como las calles. Alguien maldice una vez más... 

- ¡Jueputa aguacero! 


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