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Mostrando las entradas de diciembre, 2017

Carta del 21 de octubre de hace muchos años

 Hasta hoy logré animarme a escribir toda la mescolanza en la que he estado bailando desde ayer. Yo sabía lo mal que iba a sentirme, yo sabía que el tiempo no es inextinguible como el dolor de tu ausencia. Yo sabía que me iban a terminar. Ya no siento que pueda escribir mi confesionario en las cartas, ya ni siquiera sé cómo debería sentirme con esta pérdida. A ti, lectore, te incomodo con lo que me ha hecho un ser triste durante los últimos días. Volvía a bailar tangos por el abismo con el humo del cigarrillo que se desenvolvía en nuevas enarmonías de mis pasados más desahuciados. Volví a preocupar a las luciérnagas que nos observaban charlar por las tardes cerca a tu casa y al lago de los patos que perfectamente podría ser un estanque para una película de asesinatos y tragedias. Mi yo consciente de lo que se viene sigue pasmado mientras deshoja los pétalos que solo viven en la memoria del tacto de mis manos. daniel está muy preocupado por saberse en el inicio de un gran dilema. de...

interpelación en minúscula

Bajo un lamento de vida, del signo de la luz Por el resquicio de las montañas se hiende El lamento de una loba que prende, El  estigma corporal y el lamento en la cruz Donde el sol presenta como cálido andaluz Personificación de esperanza que la loba propende, Y ésta sus palmas ingenuas para agarrar extiende Los destellos de su amado que pasan por el sauz Abismo entre sus instintos y sensaciones, Ocasos de luz eterna, de añoranza enorme. Ella sólo pide el regreso de su sol, su centro y adorne Que se orne con sus maullidos de tácitas pasiones Junto a la piedra heráldica donde la loba recitaba, Entre noctilucas y abrojos que a sus patas lastimaban. 

As de luz

• ¡Azabache! -gritó Octavio-. Gabrielina sacaba el trillo del apero para cosechar todo lo jecho del rancho, luego guardaría unas flores de amapola en el canasto, flores para Octavio y para la leche del sueño que calmaba su artrosis. • ¡Negrooo!, se nos hizo tarde para prender el fogón -grita Gabrielina-. Octavio y Azabache se acercan a la canasta con una vulgar astromelia amarilla y rayitos negros, la dejan y voltean a verle, a ella, miran a Gabrielina, Azabache gimotea y Octavio la ve con su ojo cegado por cataratas, con su otro párpado cerrado (efecto de los gajes del oficio) a guisa de catarata por las lágrimas. El fuerte dolor articular levanta a Octavio de la cama y lo dirige a la cocina a sacar de un baúl forrado en hojas de plátano, las últimas hojas de la amapola, la astromelia marchita en un cajoncito diminuto y la sonrisa de la vejez que Gabrielina le obsequiaba con ternura cada vez que él le llevaba una astromelia vulgar, o marchita, o mascada por las orugas; todas...

Las madres vuelven, pero los padres no perdonan.

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Para cuando ella volvió, se encontró solamente con un letrero que decía: <<PRIMERO SIN PAN QUE SIN TU AUSENCIA>> Pd: Échale agua a las maticas, que ellas tampoco tienen la culpa. Con amor: Fernando y Lorena.

DELIRIO DE NEGACIÓN.

Camino y sé que me desmorono, soy consciente de esta extraña descompactación que sufro, pero no puedo descifrarlo, tal vez es sencillamente indescriptible. Me observo por horas frente al espejo que precede un ritual manido en las mañanas aún sin sol, buscando airadamente partes de un yo que quizás recuerdo vagamente pero cuyos vestigios se dibujan en mi como cicatrices viejas. Echo de menos esos miembros que he ido dejando sin saber en sitios ahora inalcanzables. He notado indudablemente esas ausencias en mi piel y he optado por hacer un inventario exhaustivo de mis lunares callados y no es que éstos se escondan entre los pliegues desérticos de mi piel cansada, sino que han desaparecido, eclipsados misteriosamente como lunas negras en el universo incierto del tiempo, de los acontecimientos, de los sucesos que cortan, que cercenaron silenciosamente alguna vez, fragmentos entonces invisibles para mi. Hasta que llega el día en que se ha perdido tanto que miro al espejo incrédulo y n...

Carta a una madre perdida.

A quien sea que seas ahora, Donde quiera que estés. He perdido ya la cuenta de los días. Hay días en los que pareciese que tu ausencia era la misma que la que ocurría los domingos cuando ibas al mercado a comprar verduras y frutas. Hay otros en los que me trato de convencer que tu decisión era demasiado sensata para que alguien como yo la entendiese o siquiera la pudiese aceptar. No sé decirte e n realidad hace cuánto te has ido. Me siento incapaz ahora mismo de recordarte. Tu hija ha seguido los caminos que tú misma le dibujaste en la arena. Sé que nunca fueron muy apegadas, ella siempre estaba tratando de recorrer el mundo con una avidez digna de un perro recién traído, y tú, siendo tú siempre y siendo nadie a la vez. Ella me interroga constantemente con su profunda mirada gris y la inclinación ligera de su pequeña cabeza el dónde estás tú. El lugar de una madre es imposible de reemplazar, ¿sabes? Pero puedes estar tranquila, si es que aún estás. Yo le he dicho que t...