Carta del 21 de octubre de hace muchos años

 Hasta hoy logré animarme a escribir toda la mescolanza en la que he estado bailando desde ayer. Yo sabía lo mal que iba a sentirme, yo sabía que el tiempo no es inextinguible como el dolor de tu ausencia. Yo sabía que me iban a terminar. Ya no siento que pueda escribir mi confesionario en las cartas, ya ni siquiera sé cómo debería sentirme con esta pérdida. A ti, lectore, te incomodo con lo que me ha hecho un ser triste durante los últimos días. Volvía a bailar tangos por el abismo con el humo del cigarrillo que se desenvolvía en nuevas enarmonías de mis pasados más desahuciados. Volví a preocupar a las luciérnagas que nos observaban charlar por las tardes cerca a tu casa y al lago de los patos que perfectamente podría ser un estanque para una película de asesinatos y tragedias. Mi yo consciente de lo que se viene sigue pasmado mientras deshoja los pétalos que solo viven en la memoria del tacto de mis manos. daniel está muy preocupado por saberse en el inicio de un gran dilema. de...

Carta a una madre perdida.


A quien sea que seas ahora,
Donde quiera que estés.


He perdido ya la cuenta de los días. Hay días en los que pareciese que tu ausencia era la misma que la que ocurría los domingos cuando ibas al mercado a comprar verduras y frutas. Hay otros en los que me trato de convencer que tu decisión era demasiado sensata para que alguien como yo la entendiese o siquiera la pudiese aceptar. No sé decirte en realidad hace cuánto te has ido. Me siento incapaz ahora mismo de recordarte.


Tu hija ha seguido los caminos que tú misma le dibujaste en la arena. Sé que nunca fueron muy apegadas, ella siempre estaba tratando de recorrer el mundo con una avidez digna de un perro recién traído, y tú, siendo tú siempre y siendo nadie a la vez. Ella me interroga constantemente con su profunda mirada gris y la inclinación ligera de su pequeña cabeza el dónde estás tú. El lugar de una madre es imposible de reemplazar, ¿sabes?


Pero puedes estar tranquila, si es que aún estás. Yo le he dicho que tú te tuviste que ir porque te dejaste seducir de la vida y de repente te fuiste a su lado para siempre. Ambos recordamos con una sonrisa culpable lo bien que te quedaban los huevos y el jugo de naranja en el desayuno, la decoración de navidad y las telas sobre la mesa. Pero creo que lo único que importaba al final era que tú te sintieras con vida y no anclada a una niña que no quisiste tener.


¿Recuerdas cómo llegó al mundo? Yo nunca sería tan pecador para siquiera tocar un fragmento de tu piel perfumada de violetas, por eso tuvimos que recogerla de los negros suelos de la calle. Era una criatura pequeña. Vuelta para sí misma y para nadie más. La tomamos cuando parecía que ella no tenía mucho más que hacer en este mundo que darle otro suspiro de agonía. ¡Qué alegre se veía! Tan apegada a mi, como naturalmente suelen hacer las niñas que encuentran a su salvador. Tú sonreías, con pasividad y ternura, pero siento que en el fondo nunca estuviste de acuerdo.


Te dejé que la nombraras. ¿Cómo no hacerlo, si todo lo que tenía algo de ti cobraba vida de inmediato? Pero era un placer culpable. Tú seguías bailando las melodías que la brisa y la lluvia tocaban para ti y nosotros dos simplemente te podíamos mirar de lejos y suspirar por aquella extraña ave que de repente parecía que estaba aprendiendo a desplegar sus inmensas alas. Ella siempre te veía como una figura lejana, tan presente como ausente en los silencios del mediodía después del almuerzo. Aún así, los dos vivimos para ti.


Ahora luchamos cada día con más fuerza, como lo aprendimos de ti. Ya no inclinamos la cabeza cuando el sol de la tarde nos golpea en la nuca, ya no renegamos de nuestro pasado y no nos avergonzamos de ser una familia que no puede estar completa. Tu hija ya no llora por tu ausencia en las noches, ella aprendió que la mejor manera de pedirte disculpas por destrozar tu verde libertad y de darte el único gesto de amor que probablemente aceptes era liberarte de su existencia.


Y yo, sigo aquí escribiendo una carta cada semana, diciéndole al cartero que no sé a quién carajos le tenga que entregar esto, pero que si llega ver a una mujer con unas alas enormes y una mirada tan contundente, se la de. Supongo que de todas maneras ya no estás por estas tierras. Supongo que te avergüenza decir que viviste con ella y conmigo. Y te entiendo.


Sin embargo se que ahora disfrutas de la vida misma, con sabor a chocolate blanco, como tanto te gustaba. Y eso es el mayor consuelo que tengo cuando vengo por las tardes a cantar boleros frente al árbol donde nos encontramos hace ya mucho tiempo. Y tu hija lo sabe también. Los dos aprendimos que la madre que da más calor de todas, es la madre ausencia. Bendita sea.


El que pecó por quererte,


Fernando.

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