Yo vi de una garza mora
Dándole combate a un río
Así es como se enamora
Tú corazón con el mio
-Simón Díaz
Inaniel. Finalmente viniste a buscarme y a darte cuenta de lo que soy. Decidí no huir de ti y enfrentarme a lo que será mi confrontación absoluta con la realidad. Han pasado muchos días, muchas noches y muchas tardes donde simplemente he tenido que imaginar los olores que me recuerdan a ti. Por este río ha pasado mucha sangre y se han ahogado muchos sueños de niños que al igual que yo, querían simplemente encontrar la vida en un lugar como tú. He sido débil y no es la primera vez que vengo a llorar aquí. Miro al reflejo del agua y veo que la corriente es un flujo de ternura que nos conduce hacia la muerte. En estas tierras a los que creemos en la vida nos matan, y a los que no, también. Si aún sigo con vida es porque soy cobarde. Si sigo teniendo miedo de verte a los ojos fijamente, mucho menos voy a salir de abajo de las ramas del árbol de mandarinas para gritar que no vuelva a pasar la sangre por aquí.
Inaniel. Ya puedes ver el muchacho desgastado que he resultado ser tras tanto esconderme y esperarte a ti. Ya puedes ver que mi piel es blanca y no morena como la tuya y como los miles que se atreven a salir al sol y darle la cara al sol, a la vida. Yo agacho la cabeza y trago saliva. Tengo mucho por disculparme con esta tierra que me dio vida y contigo que me mantienes con ella. Desde las sombras puedo observar cómo le das un nuevo canto a los pajaritos que llevan dentro las personas y cómo estos emprenden vuelo sin miedo de la muerte ni de sus dieciocho horas de trabajo bajo el sol.
Inaniel. Tú, tú eres Luna y Calma. Eres la tranquilidad de quienes cantan y la poesía de quienes riman. Eres el sombrero de paja que le cubre la frente a los niños en sus paseos. Eres el vaso de limonada fría que baja como un ángel asesino por la garganta. Eres la almohada de plumas que recuesta los sueños de quienes ya no tienen que soñar. Eres el sonido de las patas del perro por el corredor y el aire que sacude su cola con alegría. Eres tú la esperanza de esta tierra y la esperanza de salvarme a mí. Libérame por fin de este cuerpo de poca carne y mucha fe, pero no en Dios, sino en nuestra tierra. Dame las fuerzas para poder cobijarme con el frío de la Luna sin pensar en ti. Dame las fuerzas para detener la sangre del río y devolverle las muñecas de trapo a las niñas que quieren reír. Dame la fuerza suficiente para treparme a los árboles y bajar los mangos que tanto deseo oler.
Inaniel. No dejes que me consuma la ansiedad por querer ver tu cuerpo de miel aunque estés encima de todos nosotros brillando por las noches. No dejes que mi desenfreno de amor y deseo por ti me haga perder la batalla contra el miedo y la cobardía. No dejes que mis manos llenas de barro te hagan bajar del cielo. Ahora que vienes a verme y te das cuenta de lo que soy, de lo poco que soy, quiero que por fin escuches las palabras que duré tanto tiempo guardando para ti. Recibe mi amor y mis deseos por acabar con la muerte y quedarme contigo.
Recibe mi cesto lleno de moras.
Son para ti.
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