"Lo malo del después son los
despojos
que embalsaman los pájaros del sueño,
los teléfonos que hablan con los
ojos,
el sístole sin diástole ni
dueño...
...Lo atroz de la pasión es
cuando pasa
cuando, al punto final de los finales,
no le siguen dos puntos
suspensivos."
-Puntos suspensivos/Joaquín
Sabina.
"Lo nuestro duró, lo que
duran
dos peces de hielo en un güisqui on the rocks."
- 19 días y 500 noches/Joaquín Sabina.
Para cuando ella se vaya, concertaré conmigo mismo no estar
preparado. No pensaré en los lugares donde estaré lidiando su ausencia y mucho
menos lo que beberé mientras lo hago; ni cuánto beberé, desde luego. Cuando
ella se vaya igual despertaré con la misma incertidumbre, caminaré con una euforia desconfiada hasta donde normalmente la encontraría, con el corazón en la mano, con la pena y el dolor barrunto, atorados en la garganta, como un presentimiento de muerte. Y sabiendo que ya no está, me tomaré el trabajo
de buscarla en cada habitación, la cocina, el baño y cuando haya descubierto
que definitivamente huyó, de cualquier modo me sorprenderé, trataré de fingir
que no estoy fingiendo y sufriré su ausencia como las marcas en la pared de los cuadros descolgados. Y lo de siempre, golpearán la puerta, sonará el
teléfono, lloverá y escampará y luego nada, silencio y
calma para poder jactarme de esta nueva pérdida, para robarme la atención distraída
de mi imaginación masoquista, para suponer razones que llegan tardías, que ya no valen la pena y para esperar un regreso inesperado.
Cuando se vaya, me tomaré el tiempo de pensar en las
canciones de siempre que aluden a ella. No buscaré a propósito esa rola que casualmente apareció
en la lista debajo de otras trescientas canciones y me atravesará la engañosa
sensación del destino; de hacer parte de algo que ya está escrito, de interpretar un papel, de cumplir un rol, convencerme de que todo ha sido premeditado por una inteligencia enigmática que lo abarca todo, que lo es todo; abrumado por esa idea pasaré por alto el verdadero valor de mis actos como ladrillos flotantes de una construcción fantástica y ya invadido por ese dolor metafísico, difícil de definir como cualquier placer, dejaré como un hábito de santidad que la fusta del dolor me lacere sin más, hasta que lo que sufre por dentro muera. La
reproduciré todavía un poco reflexivo, como sorprendido por el hallazgo y la
casualidad y atribuiré sonsamente el acontecimiento al contundente hecho de que
ya no está.
Cuando ya no esté, querré sentirme solo, buscaré a propósito
la melancolía sin saberlo, confundiéndola con el encendedor o los fósforos. Me
arrimaré a la ventana y encenderé un cigarrillo en un suspiro hondo. Miraré el
leño quemarse, me fijaré en el cielo, en las estrellas, porque casualmente
tendré ganas de fumar en la noche, cuando la calle luce más triste; y
finalmente me encontraré observando un árbol que el viento bambolea y recaeré
en el viejo vicio de recordar. Entonces me sumergiré en los detalles de sucesos
que todavía no han ocurrido pero que seguramente cuando sucedan desperdiciaré,
porque nadie advierte la presencia de la felicidad, siempre tan escurridiza; y
por pura vanidad evitaré pensar que convertí posibles instantes memorables en
momentos insignificantes y estaré ahí con el cigarrillo por la mitad,
enfrentado a tanta fanfarronería, luchando por darle un lugar célebre a esas
imágenes deleznables en el confuso orden de mis recuerdos. Y en aquel momento
les atribuiré un valor necio que con el tiempo se sumará a la insoportable
levedad de vivir. La simple costumbre de mirar atrás.
Cuando te hayas ido y te encuentres quizás muy lejos, quién
sabe, no olvidaré dar largos paseos sin rumbo por la ciudad, en la tarde, un
par de horas antes del ocaso, cuando el sol ha mermado y la gente sale a
encontrarse para alivianar sus días. Esquivaré en los andenes a mis conocidos
desviando la mirada, con la determinación de permanecer solo. No contaré
cuántas piedras pateo, ni los minutos que he pasado mirando el suelo. Me
asustaré y sentiré pánico cuando te vea en la calle de espaldas o de perfil,
riendo con tus amigas o conversando del brazo con otro tipo, para luego darme
cuenta que no eras tú, que la cara de esas muchachas me es totalmente ajena y
que el tipo lleva del brazo a una total desconocida. Cuando ya no estés más,
iré caminando, terminando de creérmelo, enumerando los posibles lugares donde
podríamos encontrarnos sin querer, imaginando las excusas para explicar mi
presencia en ese sitio que frecuentabas, planeando las acciones que te podrían
impresionar, que quizás después te haría pensar en mí, tratando de perpetuarme
en tu cabeza ¿O tu corazón? Que sin embargo tuvo las agallas ¿O la astucia? de partir
sin hacer ruido, sin dejarme un solo estremecimiento a manera de adiós. Pero
nada, una sola felación mental, fantasearé hasta que duela con la certeza de no
pasar al hecho porque “Si te busco te voy a encontrar, si te encuentro no sé
qué va a pasar, el remedio no existe no hay” o porque “Estoy tratando de
decirte que, me desespero de esperarte, que no salgo a buscarte porque sé, que
corro el riesgo de encontrarte” y todo eso.
Cuando te vayas visitaré más el café de antes, el de los
afiches de Alejandra Pizarnik y Borges en las paredes, el de las mesas con la
cara de Gustavo Cerati y la frase entre comillas “Poder decir adiós es crecer”.
Saludaré al argentino que tal vez me devuelva un reproche por perderme del
mapa, y yo le diré que he estado ocupado y él me preguntará por vos ché y yo sonreiré
irónicamente sin dar más respuestas y él sabrá que me dejaste; sabrá muy bien
que me dejaste tú a mí, porque te conoce y me conoce y porque se puede
reconocer un verdugo al verlo, igual que el ruido de una cabeza caer al suelo recién cercenada. Pediré un tinto si es de día o una pola si es de noche,
jugaré con el maní, si es que llega a haber maní y al final de la noche, si es
que llega a ser de noche, cuando me sienta pasado de mosto y lúpulo, me
despediré del argentino y llegaré hasta la casa con un talante más positivo
¿Por la cerveza? Llegaré hasta esa terrible parte de la casa, que es lo peor
del amor cundo termina y te echaré de menos en esa habitación medio oscura
mientras me puede el sueño.
Cuando ya te hayas ido, que lo harás, porque tu presencia en este salón aburrido es tan cierta como tu propia ausencia, tan certera, tan irreductible, como estar viendo el sol con la oculta pretensión de que no anochezca jamás, no haré nada para detenerte, no tendré que luchar contra el ímpetu romántico que viejos amores han matado ya. Cuando no estés más te pasaré con un trago o dos, con el mismo pesar con el que se dejan atrás los días; pero sea como sea, siempre tropezaré con los rituales de la ausencia que son como un te amo o como un buenos días, como un por favor, como un adiós. Cuando te hayas ido, seguro habrá tiempo para recordar el aroma lascivo de tus telas al cerrar un cajón y la cadencia de tus pasos ahora, acercándose hacia mi, pero a pesar de todo, temo que llegaré olvidar tu rostro que me observa de cerca y tu mano extendida que me saluda. Sobre todo para entonces ya habré olvidado que justo mientras te conocía te estaba empezando a olvidar.
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