
Y hasta ahora es que me acuerdo de todo esto, porque a ella ya la había dejado muy arrinconada en la memoria. Que no, que yo no me llamo Javier, le dije la vez que nos conocimos en el bar del argentino y ella me decía Javier por quinta vez. ¡Andrés!, señorita, An-drés, como si en tu inglés entraras a una tienda de ropa y te preguntaran qué quieres y tú dijeras a dress, o como si le pusieras una r en medio a Andes. Sí, como la cordillera, sí, como la universidad. Aunque la analogía sea incorrecta. Aunque la primera sea imponente sistema de montañas y la segunda tan solo loma de edificios amontonados. A dress. Entiendo. Aunque no soy gringa, así que no es ¨mi inglés¨… mucho gusto, An-drés, yo soy María Paula, me dijo, y yo pensé que si Juan Pablo Castel se había jodido cuando vio a María Iribarne encontrar en su cuadro lo que nadie más podía, así mismo yo ya estaba jodido al escuchar a María Paula hablar, al decir cualquier cosa, al pronunciar, al escoger las palabras con suma precisión, como debe ser, como si ella fuera mujer de maíz predilecta de la gracia divina y yo sólo un palo de madera que merece morir ahogado o pasármela viviendo entre los árboles, columpiándome entre las ramas y colgando de mi cola.
Fíjate que, luego de eso, yo le preguntaba, siempre ya con media de guaro encima, una y otra y otra y otra vez que de dónde era, que dónde más había vivido, que si es que se esforzaba para hablar así, “como si la palabra te la hubiese dado el mismísimo Ñande Ramoi Jusus Papá”, o si le salía tan natural como a mí me salía el callarme todo, y ella me decía que eso qué importaba, que la palabra no era más que máscara, ¿no ves?, las palabras están tan lejos de lo que siento que no son más que una caricia de toda aquella maraña de sentimientos que me arrebata todo, ay, ya quisiera yo poder decirlo todo, Vit-guen-stein dijo, Vit-guensh-tain querrás decir, le dije yo, esa vaina, el del tractatus, en fin, dijo que el límite de mi lenguaje es el límite de mi mundo, pero yo no sé, yo siento el mundo inmenso y al lenguaje diminuto, por eso es que le tengo tanto raye a las palabras, porque las muy putas no son capaces de abarcar todo lo que tengo aquí, pero sí andan de muy facilongas de boca en boca en vez de preocuparse por unos pocos, por sus pocos buenos amigos, por los pocos que queremos decir bien las cosas, que queremos hacer del lenguaje una suerte de diamante compacto y brillante, y todo este tipo de cosas decía ella... que ella decía esto y lo otro pero no hacía ni esto ni lo otro, sino lo contrario, lo otro otro, y me citaba a Clarice Lispector en una brillante sentencia sacada de Cerca del corazón salvaje: sé la distancia que separa los sentimientos de las palabras. Ya pensé en esto. Y lo más curioso es que, en el momento en que intento hablar, no sólo no expreso lo que siento, sino que lo que siento se transforma lentamente en lo que digo. O, al menos, lo que me hace actuar no es, seguramente, lo que siento, sino lo que digo. Y yo silencio silencio, porque si digo algo arriesgado se arruina el polvito. Y bueno, ¿a poco no lo hacemos todos?
El caso es que quién se iba a imaginar que era de Pasto con ese acento todo lindo y precioso, como todo el mundo dice que hablan como pendejos y se burlan de ellos. La verdad es que yo nunca había conocido a nadie de por allá, y no sé si tú andes igual de perdido a mí en eso pero eso sí te digo que de pendejos nada, porque, a lo bien, yo soy de Duitama-Boyacá-Colombia, pero para hablar soy como tatareto, algo tan triste como Caicedo hablando, o tan triste como el obligado y extraño playback que hacen en los diálogos de Mayolo en Cobra verde. Sí, así mismo, patético. Aunque ahora que me miras con esos ojos y con la risa a punto de estallar, me acuerdo que a los de Boyacá también nos creen de lo más pendejos, y yo no sé por qué, y hasta de pronto nadie sabe, pero como es sabiduría popular esa vaina ya ha de ser cierta. Y ahora que me acuerdo alguien dijo que dizque porque en la época de la colonia junto con los pastusos seguíamos al rabo de los españoles, mientras las demás ilustradísimas regiones clamaban libertad sublime. Pero a quién le consta, yo creo que esos capítulos de la magna historia no los escribieron ni los pastusos ni los boyacos, eso sí ellos pusieron la sangre, y yo creo que todavía la ponemos, mejor dicho, yo pienso que esa es la única gloria inmarcesible en este país. Pero bueno, en fin, te estaba contando que María Paula es de Pasto. Y pues ¿tú cómo piensas que lo pude saber? Viendo su cédula, obviamente, ¿cómo más?, si no te digo que yo le preguntaba a cada rato y no me decía, a lo mejor le daba vergüenza, o quién sabe, tal vez era una de esas vainas a las que les atribuye unas significaciones complejísimas, pero no sé. Lo que me acuerdo es que nos paró la policía saliendo de la u y nos requisaron hasta los corazones. Me acuerdo que el tombo ese me tocó de todo, le faltó meterme el dedo y ya, pero tú sabes cómo es la cosa por aquí, universidad pública es sinónimo de nido criminal. Y entonces cuando los tombos se fueron bien arrechos yo le agarré la cédula y ahí decía clarito Nariño, Pasto, 13 de Mayo de 1996, y entonces todo tuvo sentido, pues tú sabes, el trece de mayo la virgen Mariaaa, bajó de los cielos a Cova de Iríaaa, aveeee, aveeee, ave Maríaaa, aveeee, aveeee, ave Maríaaa. También le canté la cancioncita como a ti pero a ella no le hizo gracia. Era como amargadita la virgencita, pero eso sí era como una gringuita escogiendo detenidamente palabra por palabra, y a cada una la articulaba como saboreando miel, como si cada letra fuera una pincelada en el magnífico cuadro de su discurso. Y sus cuadros, para que te hagas a la idea, eran algo así de perfectos como los de Toulouse-Lautrec, mientras que los míos son una suerte de cuadro de Pollock así todo desordenado, las palabras chorreando compulsiva y frenéticamente como la pintura. Y si no fuera porque estoy contigo sería un magnífico cuadro en blanco, de esos de arte moderno a los que todo el mundo se les para en frente y los exaltan de sublimes y profundos, cuando sólo es blanco-blanco-silencio-silencio.
Dime tranquilo si te duele el pecho, esta mata de pelo no es algodón de azúcar. Creo que más o menos para los días en que María Paula habló sobre Juan Rulfo fue que conocí a Alejandra. Estaba sentada en un rincón, vestida de negro y de pelo corto, hablando con uno de esos parleros malparidos que colaboran en la revista del departamento de filosofía, y ella sonreía con las huevonadas que el tipo le decía. Cuando salimos de clase María estaba emputadísima con la profesora, porque según ella había menospreciado su importante investigación de Pedro Páramo, donde establecía analogías entre la labor de Rulfo como escritor y como fotógrafo, sugiriendo al lector como una especie de cámara fotográfica que capta tan solo lo que el ojo del autor le permite. Yo le dije que me había parecido brillante, que se había arriesgado al proponer una arquitectura narrativa con lógica fotográfica pero que a la mierda esos cuchos maricas, que se queden recitando a Bajtín toda su puta vida, que ya el reinado se les iba a acabar. Y entonces ella que me sale con una sonrisita toda linda y me estampa un picazo en la boca, y Aleja que pasa por el lado y me mira, y yo la miro alejarse de prisa por el pasillo mientras Mapu me abraza con los ojos cerrados. Yo a ella la quise harto, no vayas a pensar que porque todo valió verga yo no la quise, al fin y al cabo era mi virgencita, mi paloma de la paz, pero es que esto de callar tanto me jodía mucho, y ella me decía que no sabía lo que yo pensaba ni lo que yo sentía. ¿Y cómo decirle que pensaba en Alejandra y que ni puta idea qué sentía? ¿Cómo esperaba ella saberlo si ni yo lo sabía? Yo no sé hasta qué punto me porté como un guache con ella, no creo que, por lo menos, aquel día lo haya sido, al fin y al cabo yo creo que todos los hombres por lo menos una vez en la vida nos imaginamos a otras mujeres mientras cogemos con la que tenemos en frente, y mientras María Paula me la chupaba yo le recogía el pelo con las manos, pretendiendo simular la corta longitud del pelo de Alejandra. Y mientras ella me cabalgaba inclementemente, meneándose rápido y fuerte, haciendo ella todo el trabajo, como premio a mi antes mencionada adulación, yo pensaba en Aleja, en sus labios de Megan Fox, en ese corte de pelo que me recordó a Diane en Trainspotting, y entonces, como la mente da unos saltos rarísimos, salté a la escena en que cogía con Ewan McGregor de la misma forma en que yo lo estaba haciendo con María, y ¡qué puta culpa!, no aguanté más, yo no soy como el gran García Madero que hace a las muchachas venirse un montón de veces. Fue demasiado para mí, me vine en medio de un éxtasis sagrado en que la ficción se adueñaba de la realidad.
Daaance me to youuur beauuty with a buuuurning violin… la conoces, ¿cierto? Claro, Leonard Cohen. Esa era nuestra canción. Todo porque una vez le escribí un poema que concluía: llévame bailando hasta el final del amor. A ella le encantó, le atribuyó un significado de promesa de amor eterno, y esta es la hora que yo ni siquiera sé qué carajos quiere decir eso, aunque habría que preguntarse si es que realmente se quiere decir algo con lo que se dice, por ejemplo, ¿quiero decir algo con todo lo que te estoy contando?, ni idea, ni yo sé. Yo creo que ya ‘decir’ es una ambigüedad irresoluta. Ahora las palabras caen como monedas en las manos de los demás y se van cambiando en un asqueroso sistema de equivalencias cuantitativas, porque si ella me decía tequieroteadoroteamo yo no podía salirle con una simple sonrisa o un beso o un te quiero, me tocaba superar la apuesta y entonces desenfundaba un tequieroteadoroteamoereslaluzdemividasintinopuedovivir, cuando lo único que yo quería era algo así como lo que pasa en la película de Benjamín Ávila. ¿Te acuerdas?, cuando Juancito se va con la niña a la casa de los espejos de la feria y se miran el uno al otro sin miedos, y tocan sus manos a través de un espejo con el amor rebelde de los infantes ardiendo en sus cuerpos, y a pesar de que no es en esa escena en que Natalia Oreiro se faja severa interpretación de la canción de Gardel, y que además se comen tremenda parte de la canción, aun así queda de perlas imaginarse de fondo la parte de liiirico amor primeeeero, cariiiciaaa y tortura, caaastiiiiigo y dulzuuuuura de mi amaneceeeeeer, yo acunaré en un caaaanto tu inmeeeensa ternura, buscaaaaando en mi cieeelo tu imageeen de ayeeeeeer, o en su defecto como en el final de Submarine, con Jordana y Oliver sobre un mar de posibilidades bajo sus pies, y sus miradas y sonrisas fijas la una en la otra, y la vida abriéndose a pesar de que el día se cierra, y la canción de Alex Turner que entra con su guitarra y luego i etched the faaace of a stooopwatch, on the baack of a raiiiiindrop, and did a swap for the sand in an hooooourglass, i heard an unhappy eeending, it sort of soounds like you leaaaaving, i heard the pileeeedriver waltz, it woke me up thiiiis moooorning… Pero ya vez, me pongo a hablar del lenguaje como moneda de cambio y a cantarte unas rolas con mi voz de tarro cuando lo que realmente quería era decirte que luego de que las presenté a ambas mi relación con María Paula se fue a la mierda, porque ella, según como me lo dijo, podía ser tonta pero no estúpida, así que sabía la tremenda traga en la que yo estaba por Alejandra, y me dijo chao, An-drés, que te vaya bien, y yo le dije, riendo, que te pise un carro o que te estripe un tren, y ante su patética seriedad me tocó explicarle que yo me refería a la forma en que Vallejo termina La Virgen de los sicarios, pero igual se puso más amargada y me dijo que yo era un estúpido inmaduro, y que para colmo era pésimo en la cama, que dizque me venía rapidísimo: “poco hombre”, concluyó.
Y mira cómo son las cosas, esta es la hora en que tampoco sé qué carajos es ser un hombre, no sé si es que toca ser un rudazo como Humphrey Bogart o como este tipo malo de The breakfast club, que se quedan con la tipa linda, o más bien como el nerd sensible y profundamente triste, o hasta de pronto el deportista musculoso que defiende a las damas en peligro pero que carga con complejos roles de masculinidad. No seas tonto, yo no creo que la película sea solo eso, pero es que de ahí nacieron todos estos personajes monolíticos y prototípicos, pero el caso es que quién sabe, a lo mejor toca ser un raro cruce entre los tres y sumarle los talentos de Nacho Vidal en la cama. Y si lo vemos así entonces ese tipo que estaba en la salida del edificio de posgrados es re poco hombre, ¿te acuerdas?, con su bufandita protegiéndose del humo del cigarrillo diciendo que a veces le daba pereza coger. Y entonces el marica que le revienta el culo a Monica Bellucci en Irreversible debe ser un re-super-contra-mega-hombre, o ¿será que no es así?, yo no sé, no entiendo, a lo mejor es porque tengo pelos en el culo pero no en la cara, o quizá porque lo tengo pequeño. Tal parece que la vida traza sobre mi futuro eternas ambigüedades que me definen, y así ha de haber venido siendo desde que nací. Y luego no sé cómo carajos me levanté a Alejandra, tal vez le gustan poco hombres, qué sé yo, o tal vez fueron los poemas, las películas, no sé, nunca le pregunté, yo sólo me dedique a quererla de diversas formas posibles. Y sí, obvio, el sexo fue una de esas formas. Pero, de todos modos, esa expresión de amor que profesábamos valiente y triunfante resultó cobarde y derrotada, ambos nos creíamos el celestial Gibreel Farishta y la valiente Alleluia Conne: invencibles, yin-yang, tú sabes, como los describe Salman Rushdie en boca de Alleluia. Aaaalleluuuuuuia, aaalleluuuuia… Cohen también, sí que sabes, hoy estoy enchufado a esa onda. Ha de ser por lo que estábamos discutiendo antes: el nobel de Dylan. Tú propones como mejor opción a Leonardito, así sea póstumo, y yo, aunque te rías, te lo repito: ¡para cuándo el póstumo para Spinetta! Si quierooo me toco el aaaaaalmaaa, pues mi carne ya no es naaaaaaadaaa… ya me estoyyy volvieeeendo canciooon, barro tal vez… En fin, mientras se te quitan las carcajadas te sigo contando. La primera vez que cogimos creí que el mundo se podía caer. Todo fue casi como en Watchmen. No te rías, la adaptación de Zack Snyder aguanta y Mila Akerman sale más buena que nunca. Bueno, el caso es que fue como cuando van en la rara aeronave del gafufo y, luego de darse en la mula con un montón de malos, al tipo ahí sí se le levanta y entonces se pegan severa cogida y suena Alleluia de fondo, y lo hacen en la posición que tanto me gusta, tú sabes: uno medio sentado y medio recostado, como en el limbo entre el estar acostado y el estar sentado, y la mujer encima, sentada en la verga, moviéndose atrás, adelante, izquierda, derecha y hasta diagonal si se puede, y sus pechos en mi boca, y sus nalgas en mis manos. Y ahora que lo pienso mucha gente lo hace así, porque en un breve momento de Y tu mamá también Tenoch y Ana lo hacen casi de la misma forma, y Maribel Verdú lo hace casi igual en el carro con Gael García Bernal, un poco más incómodo pero la misma idea de fondo. Tal vez mis gustos sexuales son tan comunes como la corrupción del país o como la gloria inmarcesible de la que te hablé antes. Pero bueno, algo así fue cuando cogí por primera vez con Aleja, incluso de esto le escribí un poema que terminaba: Esos pechos que me llenan la boca / Esas piernas que abrazan mi entrepierna, / Y esos glúteos que no caben en mis manos, / Son todos prueba de que efectivamente / Hay cuerpos que logran llenarme el alma. Lo sé, ahora sí te doy permiso de que te rías.
Tú pensarás que sólo andábamos en esas pero la verdad es que, si me dieran a elegir, yo escogería los momentos en que vimos películas juntos. Nos entregábamos a días enteros de desenfrenada cinefilia, saltando de teatro en teatro, del cine porno del centro a la Cinemateca, de la Cinemateca a Tonalá, de Tonalá a la facultad de cine de la universidad, de la facultad a mi casa, y cuando ya llegaban la noche y las ganas de tirar nos metíamos a la cama y hasta te puedo decir que casi hacíamos el amor, pero no te lo sostengo ni te lo aseguro porque la verdad tampoco sé qué es eso, lo que sí te digo es que contrajimos la peligrosa enfermedad de la cinesífilis, la cinerrrea, el virus de inmunocinefilia adquirida, tú me entiendes. Ella se quedaba algunos días en mi casa y salíamos juntos para clase, y más o menos luego de un mes de esta vida que te cuento fue el boom, el cataclismo, la brecha de espacio-tiempo en que la vida se partió. Fue cuando el profesor de poéticas se puso a leernos poemas, y recuerdo que el primero fue Y sin embargo, amor de Dalton, y yo quedé impactado, extasiado, destruido, orgasmeado, enamorado, mejor dicho, todos los ados. Cuando salimos de la clase yo le pasé por el lado y tímidamente le dije adiós, y él me dijo que te vaya bien, pero no era necesario que me pisara un carro o que me estripara un tren, porque ya ese poema en su boca había sido suficiente, ya había quedado hecho mierda, ya los últimos versos quedaron resonando en mi cuerpo como una melodía, y su voz replicándose entre mis huesos... ya no habrá tiempo de llorar. / Ha terminado / la hora de la ceniza para mi corazón. / Hace frío sin ti, / pero se vive... y esas palabras como un vino en su boca, y ese vino como sangre furiosa atrapada entre el diástole y sístole de mi corazón, y ese corazón bombeando como si estuviera cogiendo y, mejor dicho, quedé como una roca expuesta al sol que la derrite. Te juro que eso ha sido lo más cerca que me he sentido a la palabra ‘amor’ en mi vida. Un poco después Aleja también se fue, me dejó por un rockerito-burguesito que era algo así como Adam Levine con chaqueta de cuero, y pues no la culpo hombre, imagínate tú a Adam Levine con chaqueta de cuero, ¡un sueño!
Y justo como estamos ahora era que estábamos la primera vez, ¿te acuerdas? Yo nunca olvidaré cuando me trajiste por primera vez aquí, a tu casa, y tomamos limonada porque decías que ya la gaseosa o el trago te daba duro por la edad, y yo bueno, todo bien, y luego fuimos a tu cuarto y nos recostamos, y tú dijiste que me ibas a dar un curso particular de teoría y práctica del Marqués de Sade, y entonces yo me cagué de la risa, te dije que un curso de esos sólo para mí sería deshonrar la memoria del buen Donatien Alphonse, que tocaba armar un parche más grande. Y entonces, riendo, puse mi cabeza en tu pecho, justo así, mientras agarrabas el libro de Gómez Jattin, y cuando comenzaste a leer Príapo en la hamaca ¡boom!, big bang, hecatombe de amor a la vida. Y hasta aquí era que querías traerme, ¿no?, cómo te encanta escuchar que te diga que te amo, ¡viejo pero no estúpido!, siguiendo la deliciosa lógica de mi querida virgencita María, aunque te lo recuerdo don viejo verde: no te amo demasiado pero te necesito más que al poema. Así que bajémonos de las nubes y subámonos a los versos. Pero bueno, mucha habladera la mía, ahora te toca a ti. Saca una de las florecitas de Baudelaire y ponla en tu boca, y dame un beso a ver si con saliva de pocos hombres la hacemos arder como se merece: like a buuuurning violin. Anda, no seas flojo, trae el libro y ahora tú llévame bailando hasta el final de la ficción.
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