A Rafael Avella, Santiago Vargas, Guillermo Fonseca, Rafael Torres, Sebastian Ávila, Carlos Rodriguez, Alejandro Lozano, Andrés Güechá, David Becerra, Felipe Becerra, y a todos los sobrevivientes de su bélica imaginación, a los que les era desconocida su inmortalidad.
AQUILES: Más valía el tiempo en que no había Hades. Entonces andábamos entre bosques y torrentes, y, lavado el sudor, éramos niños. Entonces cada gesto, cada ademán era un juego. Éramos recuerdo y ninguno sabía. ¿Teníamos valor? No lo sé. No importa. Sé que en el monte del centauro era verano, era invierno, era toda la vida. Éramos inmortales.
Cesare Pavese, Los dos.
No sabían por qué razones estaban luchando, en algún momento de la batalla habían decidido dejar de complicar sus vidas en la irremediable búsqueda de argumentos racionales que justificaran su vehemente actuar. Ni siquiera sabían cómo habían llegado tan lejos, sólo recordaban aquella mañana en que un grito les había arrebatado su destino: '¡comenzó la guerra!' No se conocían, para la mayoría aquella masa verde y viviente era tan insignificante como las hormigas, no podían establecer el momento exacto en que todos se volvieron amigos, aquel punto de convergencia en que sus almas se abrazaron, las únicas certezas que tenían era el dolor que no cesaba de sentirse, el éxtasis de un respiro nuevo luego de cada segundo, el miedo al estridente ruido de una campana que les arrebatara la gloria, las lágrimas que se llevaba el sol y la sangre derramada en suelo ajeno.
'¿Usted es de arriba o es de abajo?' Esta era la única pregunta que debía responderse sin titubeos ni esperas. Toda vida dependía de su ubicación en el campo de batalla. Atrás habían quedado los tiempos en que el color de piel determinaba destinos, ya no existían causas supremas como los designios del Todopoderoso o aquellos mil días donde los huesos se teñían de azul y rojo. Antaño, el campo de batalla era hogar de risas y diversiones, solía ser un parque de niños turbulentos e imaginativos que se divertían en medio de túneles, cruzando cables, tragando polvo y saltando en trampolines. Ahora la única risa que adorna el silencio del lugar es el resoplido ininterrumpido de las metralletas, los túneles son estrechas trincheras, el polvo es niebla que no distingue bandos y la vida vale tanto como unas papas fritas, allí, el miedo a la muerte se deshace como los instantes, y la vida es un constante y eterno palpitar.
Las manos de los inmortales dibujaban en el cielo una lluvia de balas redondas y grises, los gestos de odio no deformaban sus pueriles expresiones, por el contrario cada uno de sus ademanes resaltaba la inocencia que recorría sus cuerpos, las sólidas gotas caían sobre su carne, pero no rozaban si quiera sus almas. No eran necesarias las razones, no necesitaban ideales, la vida era un juego y no pensaban dejar de jugarlo nunca, entonces la vida era realmente vida, entonces, ese tiempo, oculto tras el veloz galope del viento, era un amigo, un compañero, un ser querido con el que se deslizaba agarrado a su mano sobre un tobogán de emociones, entonces la vida era realmente vida, entonces para el sol y la luna se tenían respuestas, entonces eran recuerdos, eran olvido, eran unas pequeñas islas de recuerdos rodeadas de un mar de olvido, eran los pasos perdidos, pero... justo entonces sonó la campana. Se levantaron los muertos, de repente el campo de batalla no era más que una montaña llena de niños lanzándose piedras, no era más que un mar de fueguitos, las trincheras unas pequeñas zanjas en donde avanzaba la construcción de una cancha de tenis, el sol era una bola lejana e indiferente, las lagrimas eran razonables demostraciones de cobardía, la sangre admirables e insensatas gotas de valor, y el polvo la posible causa de la desesperante tos del día de mañana, y la justa razón del regaño y la mirada fulminante de sus madres... de repente era la vida. La campana había sonado, la batalla había terminado, el recreo había terminado, ya no importaba la gloria, por lo pronto había que peinarse, limpiar el polvo en sus zapatos, lavar el sudor y las heridas con agua, llegar al salón de clases para las lecciones de matemáticas, porque ya mañana, ese juego, ese despliegue de momentos, esa vida, les daría otra oportunidad, mañana tal vez emprendan una odisea o quizás activen una inminente revolución, tal vez mañana se den cuenta que viven en medio de una interminable guerra de días y noches, quizás mañana noten que en su interior habita una bélica ambivalencia. Hoy acabó la batalla pero no la guerra, ésta nunca cesa. Hoy acabo el día, pero no la vida, ésta muere con la conciencia.
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