Carta del 21 de octubre de hace muchos años

 Hasta hoy logré animarme a escribir toda la mescolanza en la que he estado bailando desde ayer. Yo sabía lo mal que iba a sentirme, yo sabía que el tiempo no es inextinguible como el dolor de tu ausencia. Yo sabía que me iban a terminar. Ya no siento que pueda escribir mi confesionario en las cartas, ya ni siquiera sé cómo debería sentirme con esta pérdida. A ti, lectore, te incomodo con lo que me ha hecho un ser triste durante los últimos días. Volvía a bailar tangos por el abismo con el humo del cigarrillo que se desenvolvía en nuevas enarmonías de mis pasados más desahuciados. Volví a preocupar a las luciérnagas que nos observaban charlar por las tardes cerca a tu casa y al lago de los patos que perfectamente podría ser un estanque para una película de asesinatos y tragedias. Mi yo consciente de lo que se viene sigue pasmado mientras deshoja los pétalos que solo viven en la memoria del tacto de mis manos. daniel está muy preocupado por saberse en el inicio de un gran dilema. de...

Chapeau

El vaticinio del reloj se quedó en los humores de la madrugada. Tenía un compromiso, llamémosle así, sin decoros ni nada. Una cita buscando que me publicaran.

La mañana contenía el hálito de la niebla en cada rincón donde se podía colar la trompeta Louis Armstrong.
Como de costumbre hacía bastante frío. Me coloqué en mi gabán de algodón, los zapatos de gamuza, un libro en mi bolso de hombro (El Arte de Amar), la correa y las tirantas en el lugar; el vestido de buena apariencia. Me coloqué en todo cuando la soga no cumplió función.

Como ebrio, peregrino y bohemio salí por la ostentosa casa mientras La vie en rose sonaba en mi viejo tocadiscos. En el bolsillo interior del gabán coloqué el objeto de mi desvelo.

Me dirigí a la oficina para entregar unas hojas inconformes con ellas mismas, de esas que me daban indiferencia como la recibida de mis parejas por no darles atención. Estaban sin terminar; o mejor, no me daban seguridad como la amenaza de muerte fallida por meterme con una madre casada. Usted dirá que el objeto no me dejó trabajar, y no está muy desatinado para serle sincero.

Voy caminando por la acera. Una señora para a mi lado en su Tahoe 2018, baja el vidrio de su derecha, me pregunta por mi destino y se ofrece a llevarme con galantería literata. Cuando me estaba bajando me conminó con secundillas teatrales. Un pequeño diario en el bolsillo de mi gabán con un número más. Omito esa conversación tabú y trillada aunque plácidamente inesperada.

Llego al edificio, pido gallardamente un americano a la señorita del carrito de bebidas, anexo un número más a la libreta.

Quien me recibe en la oficina accede a mi texto y pago solicitado ipsofacto. Other number)?.

De camino a casa más números se gravaron.

Me había ganado un aprecio de esos bien inesperados, de esos que no iban con mi fatalismo. Un aprecio del holograma carnal de los números, me había ganado un estado confortable. Ese estado y mi fatalismo resignado, que dialécticamente …, había preparado mi responso y nada...

Tres meses después, uno de abril con precisión. No hubo lectura que bastara para mantenerlo, llegar a él.

No pude agradarle, persuadirlo ni recuperarlo; ahí me lo robó la lógica del porvenir.
Esa encarnación numérica como réplica de igualdad (burda mi concepción), o el encanto trascendental de una de las dos loterías. Mente trastornada o patología de obsesión, irreal.

Dialécticamente a perder el oro en mi piel. Soy elemento del azar y rimbombante hedonismo. Sólo el precipicio me espera, sólo en el precipicio me dejaré de mover.

En el bolsillo interior del gabán arrojé irasciblemente el objeto de mi desvelo. Usted dirá que; esto no va acá, demonios, Adrián; (...) y no, no está muy desatinado para serle sincero.

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