Carta del 21 de octubre de hace muchos años

 Hasta hoy logré animarme a escribir toda la mescolanza en la que he estado bailando desde ayer. Yo sabía lo mal que iba a sentirme, yo sabía que el tiempo no es inextinguible como el dolor de tu ausencia. Yo sabía que me iban a terminar. Ya no siento que pueda escribir mi confesionario en las cartas, ya ni siquiera sé cómo debería sentirme con esta pérdida. A ti, lectore, te incomodo con lo que me ha hecho un ser triste durante los últimos días. Volvía a bailar tangos por el abismo con el humo del cigarrillo que se desenvolvía en nuevas enarmonías de mis pasados más desahuciados. Volví a preocupar a las luciérnagas que nos observaban charlar por las tardes cerca a tu casa y al lago de los patos que perfectamente podría ser un estanque para una película de asesinatos y tragedias. Mi yo consciente de lo que se viene sigue pasmado mientras deshoja los pétalos que solo viven en la memoria del tacto de mis manos. daniel está muy preocupado por saberse en el inicio de un gran dilema. de...

El Calor.


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Parece que hoy tampoco el calor dará una tregua ¿Qué esperaba? Lo único que se puede esperar, aquí, entre las mil paredes de esta ciudad con sus techos calientes, con sus vientos artificiales, con el pavimento reverberante, con sus tantos arboles, crepitantes, vivos ¿Suplicantes? Y si los arboles también sienten calor y gritan ¿Quién los cobijará a ellos con algo de sombra? Las nubes son entonces los arboles de los arboles, con sus ramajes pálidos y su botánica etérea; y sin embargo el cielo sigue siendo el mismo, para todos y para todo. Parece que el calor tampoco dará tregua hoy ¿Qué cosas dan tregua? Seguramente no son las hojas persiguiéndose, ni las muchachas, ni sus prendas estrechas, no es el viento pasándoles entre las piernas. No dan tregua las sombras de los forasteros, con su tacto tostado, cantando por dinero y definitivamente no da tregua su hambre.

Parece que la soledad no dará una tregua hoy ¿Quizá mañana? Quién sabe viejo, a lo mejor los días vuelen y la soledad se empañe en ese cristal y alguien pregunte ¿Dónde vamos? y yo responda vagamente, limpiando el cristal con las mangas, calándome tantas ausencias con sus aromas tímidos. Pero no, el calor sigue sin ceder un grado, afuera los árboles torcieron los andenes, porque sus raíces no dan tregua y la ciudad entera suda en las frentes de los transeúntes que se limpian y resoplan y la piel se vuelve un tapiz blandengue, porque la humedad no da tregua.

- ¡El cigarrillo! ¿De cuál quiere caballero?
- Colaboreme con una monedita. Dios se lo multiplique.
- ¡Siga papa, el almuerzo ejecutivo!
- beeeeeeeeeeeeeeeeep.
- ¿Me va a llevar donde su madre?

El barullo de todas las voces, los gritos, los pregones, las preguntas. Estoy escuchando todo incompletamente, Moviéndome como un tornado por esta playa seca. A donde voy el aire es más amable y el suelo es menos austero, aquí la cama de los inocentes exhala vaho tibio y en medio de todo se percibe la habitual sensación de esa esperanza que no da tregua. Al final del día nos abrimos camino entre tanto va y ven, fumamos un cigarrillo sentados en el anden, esperamos una cena que después ya no recordaremos y mientras la calle se transforma en un pasadizo de luces sesgadas por hojas y ramas, buscamos refugio en nuestros lugares sempre incompletos porque el vacío tampoco da tregua y dejamos que la luz inunde todo tranquilamente, como si en el fondo no sufriéramos por algo, porque la oscuridad no da tregua, porque es incontrovertible el hecho de tener que esperar, el día, la tarde... La noche ¿Lo saben, verdad? La noche que tampoco da tregua. 

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