Carta del 21 de octubre de hace muchos años

 Hasta hoy logré animarme a escribir toda la mescolanza en la que he estado bailando desde ayer. Yo sabía lo mal que iba a sentirme, yo sabía que el tiempo no es inextinguible como el dolor de tu ausencia. Yo sabía que me iban a terminar. Ya no siento que pueda escribir mi confesionario en las cartas, ya ni siquiera sé cómo debería sentirme con esta pérdida. A ti, lectore, te incomodo con lo que me ha hecho un ser triste durante los últimos días. Volvía a bailar tangos por el abismo con el humo del cigarrillo que se desenvolvía en nuevas enarmonías de mis pasados más desahuciados. Volví a preocupar a las luciérnagas que nos observaban charlar por las tardes cerca a tu casa y al lago de los patos que perfectamente podría ser un estanque para una película de asesinatos y tragedias. Mi yo consciente de lo que se viene sigue pasmado mientras deshoja los pétalos que solo viven en la memoria del tacto de mis manos. daniel está muy preocupado por saberse en el inicio de un gran dilema. de...

CRÓNICA DE UNA BÚSQUEDA ANUNCIADA: TUNDAMA Y LA CONQUISTA (Segunda parte)

3.

Luego de dos semanas, bastante rutinarias, de revisar los textos en búsqueda de pasajes que me brindaran la mayor información posible sobre Tundama, encontré algunos hechos comunes entre lo documentado por los diferentes cronistas. Todos estos hechos giran en torno a la empresa conquistadora por estas tierras, antes, durante y después de la destrucción del Templo del Sol (aprox. 1537-1542). Un rasgo común, que persiste a lo largo de todos los relatos, es la insistencia en la valentía y tenacidad del cacique Tundama, quien desde un primer momento se negó a cualquier tipo de sumisión o negociación con los españoles. Fray Pedro Simón escribió: “un cacique muy rico, poderoso y valiente y el mayor guerrero de los de todo este reino, bien conocido y temido en él por estas propiedades”. 

La primera mención que se hace sobre Tundama, hace referencia al encuentro en Iza del capitán Juan de San Martín -quien volvía de su intento por encontrar los llanos orientales e iba en camino a un reencuentro con Jiménez de Quesada- y un anciano con el cuerpo lleno de sangre, al que recién le habían cortado la mano izquierda y las orejas por sugerir un encuentro amistoso y pacífico con los conquistadores. Según los cronistas, Tundama, enfurecido ante tal propuesta, le cortó estos miembros al anciano y lo envió de mensajero ante los españoles como advertencia, aludiendo que lo mismo haría con ellos si se acercaban a su territorio. Tundama es llamado tirano, soberbio y cruel. Los españoles –o cehies según lo refiere Simón como forma de llamar a estos para significar que son hijos del sol- son presentados como valientes y santos. 

La siguiente mención, hace referencia a lo sucedido durante los primeros días de Septiembre de 1537, luego de que Juan de San Martín se reuniera nuevamente con Jiménez de Quesada en Tunja y decidieran marchar hacia el Templo del Sol en Sogamoso. En el camino hacia Sogamoso, Jiménez de Quesada y sus hombres fueron atacados por el cacique Tundama. Éste les envió un regalo prometiendo aparecer ante ellos luego con más oro si lo esperaban, a lo que los españoles hicieron caso sin pensar que volvería más tarde con tropas para atacarlos. Tras no poder combatir con éxito a los indígenas, los españoles continuaron su paso para “llegar de día a Sogamoso”, y aun así “llegaron cuando Febo ya quería desamparar aquellos horizontes”, según dice Castellanos. Notable forma de excusar la huida.

Luego de la destrucción del Templo del Sol, Quesada y sus hombres deciden volver a Tunja, camino en el que se encontrarán de nuevo con Tundama. Los cronistas dicen, que en vez de perder su tiempo peleando con estas gentes, los españoles prefirieron seguir su camino hacia Tunja, “con designio de volver cuando mejor ocasión hubiese con toda su gente y hacer la guerra a estos bárbaros de la manera que ellos deseaban”, dice Aguado. Notable forma de excusar la huida nuevamente. Es interesante que, al respecto de este segundo encuentro, Juan de Castellanos no refiere nada, sobre todo pensando en lo que significó su proyecto de construcción de un pasado épico y heroico en las Elegías como sustento de las formas de organización colonial. 

Y es que no hay honor ni valentía en la huida, así como tampoco lo hay en la guerra de los otros. La historia parece reducirse siempre a esta lucha con la otredad. La Historia, como discurso, es una secuencia de marginación; estudiarla es conocer cómo y por qué no hay espacio para ese otro en los diversos proyectos de mundo o de nación o de república, etc. Tal vez ya no haya forma de hacer nuestros a esos otros, presentados durante toda la vida de forma tan impersonal y ajena. Pero ser capaces de reconocernos en ellos siquiera por un momento, poder desplazarnos del centro hacia la periferia y escuchar todas estas voces y razones, ser capaces de reconocer ese espacio de enunciación alternativa y pensar que a lo mejor aún ese es nuestro espacio… esa puede ser la meta: saber mirar lo que viene como si ya hubiera pasado, darse cuenta del espacio que ocupamos –y por qué lo hacemos- y a partir de allí reconocer el lugar que ocuparemos.  

Luego de su razonable y noble partida, el adelantado Jiménez vuelve, aproximadamente en octubre de 1537, con sus hombres hacia el territorio de Tundama, más exactamente a Paipa, de donde esta vez no saldría tan limpio y gallardo. En este momento, los cronistas hablan del pasaje que refiere Freyle en el Carnero: la cercana muerte de Jiménez de Quesada, a manos de un soldado de Tundama, y su rescate por Baltazar Maldonado, futuro encomendero de la provincia. Ante las ofrendas de paz de los españoles, Tundama les habría dado un plazo de cinco días para irse, o de lo contrario iniciaría una batalla “pues tan obstinados estaban en quererse hacer señores de lo ajeno”, escribió Aguado. Castellanos tampoco menciona esta cercanía entre el adelantado y la muerte. Tras el plazo establecido por el cacique, se dan a la batalla ambos bandos, saliendo victoriosos los españoles y viéndose obligado el cacique Tundama a retroceder y establecer una alianza con el cacique Sogamoso, para hacerle frente de nuevo a los españoles. 

Sobre lo sucedido a Jiménez de Quesada, dice Fernández de Piedrahita: “En esta ocasión fue cuando en una de las escaramuzas que precedieron a la batalla y no en la que dieron después a Baltazar Maldonado, y llaman del pantano, estuvo muy a pique de ser muerto el General Quesada porque empeñado en escaramuzar solo contra una tropa de Duitamas, y sirviéndole de embarazo el caballo al romperlos, porque le hurtó el cuerpo al tiempo de acudir al reparo de un macanazo que le dieron en un muslo, cayó en medio de sus contrarios; y aunque se defendía con su acostumbrado valor a brazo partido con el Gandul que lo derribó hubiera importado poco para que no lo matasen los demás Duitamas que iban cargando, a no ser socorrido de Baltazar Maldonado, que a lanzadas lo sacó de todo el batallón y con su ayuda recobró el caballo, para que juntos saliesen con victoria de aquel empeño”. 

Luego de esto, Jiménez de Quesada partió de estas tierras boyacenses y continuó su empresa conquistadora, de la cual resultó al año siguiente la fundación de Nuestra Señora de la Esperanza, llamada luego Santafé de Bogotá. ¿Qué pudo pensar Jiménez de Quesada al estar frente a la muerte? ¿Habrá sentido miedo? Son cosas que poco importan a la Historia. 

Sobre el destino de Tundama, éste habría de luchar una vez más. Esta última vez sería conocida como la Batalla del pantano de la guerra, desarrollada aproximadamente sobre finales del año de 1539. Ante la insatisfacción por la disposición de los terrenos y sus habitantes para los diferente encomenderos, Baltazar Maldonado manifiesta su descontento y ante tal se le asigna la reducción de la región del Tundama, la cual resultaría como su premio. Antes de comenzar la batalla, los cronistas hablan de un pedido de paz por parte de Maldonado al cacique. Castellanos escribe: “la paz te pido con la paz te llamo, para que des tributo y obediencia al Rey de las españas que es mi amo, e yo soy tuyo ya con su licencia. En las reales sombras deste ramo ternás quietud y hallarás clemencia, y en la rebeldía y pertinancia no puedes granjear sino desgracia”. 

Tundama no sólo habría rechazado este pedido de paz, sino que además, según escribe Fernández de Piedrahita, habría respondido: “No soy tan bárbaro, famoso español que ignore que la paz sea el centro á que tiran las líneas de la circunferencia de este mundo; pero tampoco quiero que vivas persuadido a que se me encubre que las palabras blandas con que la propones desdicen mucho de las obras ásperas que ejecutas. Dulce tesoro es la paz con que me convidas y quien podría dudarlo sino los que saben que la mezclas con los tributos injustos que cobras de los que te creen?”. Al momento de leer este pasaje sentí gran emoción, imaginando tan revolucionaria escena, con el cacique enfrentando al conquistador y deshaciéndose de la etiqueta de bárbaro e insensato que se le había dado. Pero además, este monólogo me hacía pensar también en el discurso crítico del proceso colonizador que se fue desarrollando a través de las diferentes crónicas: la crítica, que ya viene presentándose desde Oviedo, hacia las formas en que se desarrolló la conquista. Tundama -el otro- terminaría siendo un portavoz del pensamiento español, pero como recompensa se le daría la capacidad de deshacerse de la etiqueta de bárbaro por lo menos por un instante. 

Luego de la Batalla del pantano de la guerra, los indígenas de la provincia del Tundama fueron reducidos, y junto con sus tierras fueron adjudicados a Baltazar Maldonado. Tundama terminaría “inclinando su cuello siempre libre, al yugo del perpetuo vasallaje”, en palabras de Castellanos. Después de aproximadamente un año de vida en reducción, el cacique es asesinado de un martillazo en la cabeza por el encomendero, luego de que ante las imprecaciones de éste y su exigencia de más tributos, respondiera con “algún desabrimiento”, avivando la ira de Baltazar Maldonado. 

4.
Tras haber terminado la investigación, el saldo parecía ser el mismo. Ahora sabía qué se había dicho al respecto de Tundama, pero eso seguía sin acercarme a él. El trato impersonal y ajeno que le da la Historia a los individuos, en especial a aquellos que tan sólo enriquecen la biografía de otros, parecía infranqueable. Únicamente son mías las cosas cuya historia conozco, le dice el senador a Renzi en Respiración Artificial. “Ahora conozco la historia, pero nada de eso es mío”, pensé. ¿Qué hacía falta? 

Luego de terminar la compilación de información, le devolví los libros al bibliotecario, le agradecí su atención durante ese par de semanas y salí a observar la estatua una vez más, pensando que tal vez ahora me diría algo nuevo. De camino, recordé que la única mención al cacique Tundama durante todos mis años en el colegio, fue durante una clase de Español. Estábamos en la biblioteca del colegio, porque entonces no había video beams en cada salón como los hay ahora, y antes de comenzar las exposiciones sobre América Mestiza de William Ospina, el profesor nos mencionó que la palabra Duitama provenía de la mezcla de la lengua chibcha llamada ‘Duit’ y del cacique Tundama. Durante esta explicación había surgido el mismo problema: cómo podemos enfrentarnos como colombianos ante nuestra realidad e historia si no somos capaces de reconocernos en –y por– ellas. La enfermedad de la identidad cultural perdura

Al llegar a la glorieta, mirar nuevamente la estatua y reconocer que nada había cambiado, pensé en qué hacía falta para apropiarse de ese pasado, para rescatarlo del olvido. ¿Era suficiente una estatua? ¿Era suficiente la revisión exhaustiva de las crónicas? ¿Era suficiente conocer la historia? “Saber mirar lo que viene como si ya hubiera pasado exige más que el conocimiento de los hechos”, pensé, “exige el reconocimiento de esos hechos en nuestras vidas”. No hay forma en que seamos capaces de hacer nuestro un pasado impersonal y ajeno, un pasado que es de otro, o mejor dicho un pasado del que somos los otros. Porque la historia, la gran Historia, no parece ser la de nosotros. 

Me fui entonces caminando para mi casa, con la imagen de ese Tundama hollywoodense de penacho y taparrabos arraigada en mi mente. “Este Tundama, al igual que el Libertador de la plaza central, no es retrato, sino relato”, pensé, “un relato que, si bien hemos reproducido, no basta para cerrar las heridas de nuestra identidad”. Durante el camino, también me pregunté ¿qué habría pasado si Jiménez de Quesada hubiese muerto en estas tierras? Claro, Bogotá habría sido fundada por Federman o Belalcázar, el proyecto colonial no se hubiese detenido por un solo hombre, así como la Historia tampoco lo hace, pero llegar a entender los afanes de estos individuos, sus miedos, sus ambiciones, etc., y cómo estos se enfrentan con el mundo, es tal vez el camino de la memoria. Entonces, como otra miga de pan en este camino que había emprendido, resonaron en mi mente las palabras que dice Marcelo Maggi a su sobrino: hay que hacer la historia de las derrotas

Cuando llegué a mi casa y le comenté la ruina de mi empresa a mi mamá, ella me sugirió no abandonar la investigación sino darle otro rumbo: si el conocimiento de los grandes hechos no era suficiente habría entonces que mirar los pequeños, los que sostienen a esos hitos de calendario. Decidí entonces recurrir a los documentos del Archivo General de la Nación. Sin saber realmente si podría encontrar o no algo que aliviase mis inquietudes, decidí viajar a Bogotá y extender allí mi búsqueda, por el tiempo que fuese necesario para o bien concluir la investigación o bien renunciar por completo a ella. 

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