Sabía yo creer
el cuento sin razón,
al hada, la bruja y a vos,
sabía correr, podía reír
y creo también que era feliz.
(...)
Un día descubrí
que empezaba a crecer,
sentí, lloré y creí,
de pronto fui un varón
que no tenía mujer,
y quise poderla conseguir,
¡que tonto fui!
se rió de mí
y qué iba yo a hacer:
me reí también.
Y ahora miro atrás un poco
y hace tanto que pasó
y todo lo que yo amaba
ya no es mío y se escapó.
Y ahora estoy tan confundido,
nieve y humo alrededor,
¿Dónde está el sol?
¿Dónde está Dios?
Dime quién me lo robó.
Charly García, Dime quién me lo robó.
La poesía es la única compañera
acostúmbrate a sus cuchillos
que es la única.
Raúl Gómez Jattin, De lo que soy.
Continúo fielmente los pasos de Rimbaud (...) Yo escribo un poema cada año, van saliendo por el recto las letras doloridas (...) Mi poesía es un veneno, todos merecen morir envenenados.
Darío Lemos, Carta a Jotamario Arbelaez; diciembre 8 de 1982.
No siempre fui así. Yo solía ir de la mano con el amor, en mi rostro permanecía dibujada una sonrisa y mis ojos destellaban esperanza, el viento se agrietaba con mis gritos de confesión, el mundo quedaba aturdido cuando por su lado veían correr esas pueriles creencias, hasta la vida misma se extrañaba de tan infantil actitud. Pero el dolor llegó, la sonrisa de mi rostro fue borrada, el viento se fortaleció, el mundo me golpeó, la vida se me escapó. Un compañero atormentado me susurró a los oídos: (izquierdo) say no more, (derecho) no digas más.
Y así fue, callé todos mis gritos.
Me topé con versos lúgubres y tristes melodías, con preguntas e interminables dudas, con el odio y la indiferencia. De pronto me encontré en medio de una guerra de interminables días y noches, me sentí más cómodo en la penumbra y allí me quedé, sin darme cuenta terminé aislado dentro de mi propia carne, lejos del amor y la dulzura, abrazado a la belleza del dolor.
Llegó volando la poesía, como seductora fatal me dio un dulce beso mientras preparaba sus cuchillos. Me dio hermosas puñaladas en el alma, me besaba y me hacía el amor mientras yo sangraba sobre el papel, su lengua inquieta me recorría la mente, sus labios húmedos me susurraban al oído fríos hálitos de verdad, sus manos certeras acariciaban mi corazón, sus cuchillos me mantenían vivo. No tardó en darse cuenta que yo no era digno de sus puñaladas, que no merecía sus besos, que mi sangre no era más que mierda que ensuciaba al mundo y, así, desapareció sin importarle mi llanto. Ya no sangro, ya no muero y, por tanto, ya no vivo. Ahora sigo los pasos de Rimbaud (él dejó a la poesía y ella se ha vengado dejándome a mí –y a muchos otros-), ahora vagaré sin rumbo por las inciertas montañas del olvido.

No soy más que fracasos acumulados, mierda y basura junta en un sólo cuerpo, soy dueño de un vago pensamiento, de unos ideales débiles y enclenques, de unos papeles vergonzosos. A mi noche no la mata ningún sol y a este fin no le sigue ningún comienzo. As Eliot said: This is the way the world ends.
Aquí yace
quien enseñó
no el mundo
sino una manera de mirarlo
Robinson Quintero Ossa, Chofer.
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