Carta del 21 de octubre de hace muchos años

 Hasta hoy logré animarme a escribir toda la mescolanza en la que he estado bailando desde ayer. Yo sabía lo mal que iba a sentirme, yo sabía que el tiempo no es inextinguible como el dolor de tu ausencia. Yo sabía que me iban a terminar. Ya no siento que pueda escribir mi confesionario en las cartas, ya ni siquiera sé cómo debería sentirme con esta pérdida. A ti, lectore, te incomodo con lo que me ha hecho un ser triste durante los últimos días. Volvía a bailar tangos por el abismo con el humo del cigarrillo que se desenvolvía en nuevas enarmonías de mis pasados más desahuciados. Volví a preocupar a las luciérnagas que nos observaban charlar por las tardes cerca a tu casa y al lago de los patos que perfectamente podría ser un estanque para una película de asesinatos y tragedias. Mi yo consciente de lo que se viene sigue pasmado mientras deshoja los pétalos que solo viven en la memoria del tacto de mis manos. daniel está muy preocupado por saberse en el inicio de un gran dilema. de...

Aires de Navidad.



No sé si quiero pollo, no sé, no sé si quiero almorzar, pienso incluso si en realidad tengo hambre, pero ni idea. Soy un caprichoso, un indeciso, un inconforme y la gente a veces se fastidia con esas cosas. Me ven en las mañanas todo desganado, rendido desde el primer momento y ni se molestan en tratar conmigo. Con toda la pena del mundo, lleve su mala cara a la regadera, echese aguita y vaya a traer el pollo; ni mierda, pienso yo malhumorado, mientras me levanto a buscar la toalla camino al baño. Hoy el calor está verraco y eso que esto es tierra fría, pero el sol amaneció toreado seguramente por la celebración de anoche, que vaina, el sol es bien celoso, no soporta que la gente la pase bien en las noches, porque claro, ya se acostumbró a que en las mañanas todos se levantan y se ríen y maldicen, mientras en las noches duermen plácidos y no hacen nada más que entregarse al descanso, y la luna que es una dama paciente ya se acostumbró a lidiar con esa pasividad excesiva y acaricia las noches con esa luz tenue, servil, esa luz que sin embargo sugiere mucho más que los pueriles y deslumbrantes rayos del atlético sol. El agua se choca contra mi cuerpo y contra el suelo al unisono y a través de la claraboya mate del techo se cuela la luz impetuosa y el calor abrasador. Hoy no canto porque no estoy de humor, porque si me demoro y no ven el pollo servido en la mesa el calor sería la menor de mis molestias. El pelo empapado se pega a mi cara como un animal consentido y gotea vivaz y el espejo del baño que siempre me pinta como le da la gana se ríe detrás del reflejo que observo con un poco de rencor.
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Duermo, duermo a pesar de la luz intensa de este sol que sella las festividades. Pero no se crea, las festividades para los que festejan y se despiertan la mañana siguiente con ganas de seguir compartiendo un pollo con sus semejantes, con sus amistades y familias. El sol brilla diferente para mí, en este anden donde se rostiza el mugre y los cunchos de cerveza y licor bravo. Anoche dejé el camión en el lote cerca de la plaza de mercado, como siempre que vengo, y el camionsito siempre es mi hotel ambulante, pero esta noche, esta noche de festejos es a otro precio la cosa, uno se va poniendo contento con las mentiras que cuenta el licor y escuchando a los otros parroquianos abandonados, porque uno no es el único con los lamentos debajo del sombrero. Y así poco a poco, con una confianza de cantina todos nos vamos poniendo festivos. El trago que se bebe esta noche es traicionero, es ese trago que uno normalmente se bebería con desconfianza, de esos que lo marean a uno de repente y sin más. Todos lo sabemos y brindamos, somos cómplices esta noche de una tristeza que nadie va nunca a confesar ni en la peor de las perras, pero cuya presencia es innegable e imprudente y se asoma a veces en los ojos de los hombres que se quedan viendo una esquina sin decir nada y de pronto pestañean y lo vuelven a ver a uno desconcertados y finalmente sonríen y se avergüenzan por no poder contener siempre la pena que los tiene bebiendo y haciendo muecas con desconocidos, en tiendas trasnochadas después de pasarse esos sorbos de fuertura.


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El sol del medio día de hoy está inquieto, juguetón, golpea el pavimento y la cabeza de las personas sin contemplaciones y yo voy con el primo que es como mi hermano, con mi primo-hermano, caminando con desánimo y él lo nota y me empieza a preguntar cosas, como tanteando el terreno, como calculando mi talante.


 - Primo ¿El guayabo le espantó el apetito?

 - ¡Ja! El guayabo.
 - La celebración estuvo brava, todo ese vino es el que lo tiene así.
 - Pues quién sabe hombre.

Rodaba la piedra hasta la otra acera y mi primo-hermano que ve otra y la patea más fuerte. Ya habíamos llegado al puente peatonal que atraviesa la avenida, siempre solitario porque las personas siguieron prefiriendo la osadía de pasar corriendo o mirando el suelo, y claro, cuando suena el pitaso y el putaso se sonríen sosamente a manera de disculpa. Pero esta vez, a pesar de que el día estaba pesado, como somnoliento, arrodillado besando el asfalto caliente, al puente le hacía compañía un tipo con el sombrero torcido en la cabeza, inclinado y con las alas desiguales, parecía el tejado de una cabaña maltrecha.


 - Eso es lo que deja la noche buena, primo.

 - Pues la noche del hombre seguramente fue buena.
 -¡Ja! Tan marica.
 - Ojalá me toque una de esas algún día hombre.

El hombresito dormía, o parecía que dormía, a pesar de que espontáneamente dejara salir pequeñas convulsiones involuntarias que imitaban los eructos de las caricaturas cuando se emborrachan. Estaba sentado, apoyado en las rejas de la tienda esquinera donde los estudiantes compran galguerías a las salidas, tenía las rodillas cerca del pecho y con una extremidad sostenía ambas piernas mientras con la otra abrazaba las rejas y pensé que ha ese señor solo le faltaba un pulgar en la boca para volverse dibujito animado.


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Todo fue muy confuso de repente, entonces pensé que el trago había dado su golpe seco y que por eso siempre se me corre el sombrero cuando bebo de más. Eche de menos el hogar y no pensé en el camionsito ni en sus variadas artesanías compradas todas en lugares diferentes, no pensaba en detalles de mi vida después de alejarme para siempre de la casa que me vio brotar siempre de medio lado, cortando la tierra diagonalmente. Que nostalgia hermano, que mugrosa sensación, uno debería ser como el camino, se pisa el acelerador y el polvo que se levantó ya no se vuelve a ver nunca, pero esta noche yo voy a píe por esos caminos y el viento que respiro es el polvo que se ha dejado atrás y ya no siento el motor revolucionado excitando mis oídos y la transparencia percudida del parabrisas desapareció de mis ojos ¡No me toquen ese vals porque me mata! Sirva otro trago mi amigo, usted se parece a un primo mío mi señor, si hombre, a un primo que era como mi hermano, mi primo-hermano, sírvalo lleno compañero que me está alcanzando la pena que sabemos. Siento el culo bien adolorido y la mejilla derecha en llamas, no sé que calle es esta, observo insípidamente con los ojos entreabiertos y una señora me esquiva con desagrado y un par de muchachos van por el puente conversando, sé que no me desprecian, pero aquel que me ve  más detenidamente tiene maluquera, estará enguayabado, pero qué van a saber esos sardinos lo que es un guayabo si no se han despertado una navidad en un anden sin poder moverse ni articular palabra, pero claro, uno siempre cree que sufre, incluso cuando se está tranquilo y pleno y vea, así mira él que se queja a uno que de verdad sufre, porque eso si téngalo por seguro que un muerto mató un herido por dárselas de jodido. 


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Yo deje la casa tiempo después, varias navidades después a decir verdad. Me fui y hoy el ambiente enrarecido de esta noche buena me sugiere un viejo recuerdo que parecía olvidado. La última navidad que pasé en lo que podría llamarse familia, todos los comensales cabíamos en un comedor mediano, de tamaño estándar y yo pensaba que vaina hombre, antes al comedor se le arrimaban otro par de sillas y uno sentía el codo del otro empujando mientras se intentaba cortar el pernil de cerdo cocinado en el horno, de buen sabor, condimentado con un día de anticipación y en colaboración con un tío que llevaba la batuta de la cocina y mi primo-hermano que siempre estaba mamando gallo y pellizcando las entradas. Y la sala hombre, en la sala se sentaban otros cuantos y cenaban en el sofá con el plato en las rodillas y la copa en el suelo y conversaban acerca de miles de cosas y yo participaba de todas esas interlocuciones sin tener idea, porque todos esa noche estábamos invadidos de una emoción extraña porque claro, ya iba a nacer el niño dios. Pero la última cena navideña fue diferente hermano, esa línea áspera repleta de meteoritos como circunstancias y el particular temperamento de todos los antiguos comensales que compartían el sabroso pernil de cerdo con nosotros, alejó uno a uno a todos y esta disolución fue tan definitiva que ni el recuerdo de la comida los animó a arrimarse. Y estábamos ahí sentados y brillaba el rumor de los cubiertos ante el silencio de los presentes y yo miraba a mi primo-hermano que me devolvía una sonrisa alivianada que yo en el fondo agradecía y todos masticaban y pasaban, engullían y bebían y se percibían sus gargantas refrescándose y los bocados deslizar de para abajo. La nostalgia fue lo que no me dejó volver hombre, la sensación de hundirse en esa silla de pura tristeza y tristeza se siente igual estando tan lejos, pero me consuela, aunque suene extraño el no ver los ojos de los que quedábamos contagiados de la misma melancolía y sobre todo el silencio, el no enterarme nunca del contenido de esas conversaciones forzadas que intentaban matar el canto de los cubiertos. Eso si, siempre voy a echar de menos el pollo de la mañana siguiente, el tipo borracho en la tienda esquinera con su sombrero caricaturesco, intentando dormir y lidiar con el sol, mi primo-hermano tanteando el terreno, la piedra y la patada y todo. Aunque entonces siempre renegara de ello. 






Comentarios

  1. Que descripción tan precisa,me produce un alivio.Por supuesto,jaramillo tenía que estar presente.

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