Carta I
"Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida."
-Neruda
Y sigue siendo una duda el saber a qué le debo el mencionarte en mis versos de media noche, no sé si culpar a ese hábito de relatar la belleza presente en mi existencia que para estas situaciones vendría siendo no más que una extensión de ti, o culpar al simple hecho de querer guardarte para mí, querer quedarme con el aroma de tu voz o el brillar de tus ojos de infante en mis letras, en estos pedazitos de mí como me gusta llamarlos.
El mismo temor de nombrarte por nombre propio en mis textos es el causante de que te convirtiera en la luna, en el sol, en cada trago, en cada libro, en cada vaso, en todos los astros y en todos los dioses a los que la humanidad ha rendido culto, en la encargada de mantenerme con vida y en la persona que funciona como el motor de estos textos. Te miro y entre ahogos suplico tu auxilio, me quedo atrás mientras observo impotente tu partida en las tardes, tardes que con el paso del tiempo fueron las encargadas de encerrarme en una habitación, en un sentimiento, en un nudo en la garganta donde al parecer las palabras "te amo" se marchitaron y perdieron todo su sentido, tardes de las cuales en antaño fui dueño, tardes que hoy no son más que las cortinas rotas de lo que fue un sentimiento exótico, un abrazo, una copa, palabras y un beso seco.
A ti, a la dueña de mis noches y de mis días no tengo más que ofrecer que mi perdón, perdón que busca redimirme por haber tomado mis sueños de amor y haberlos lanzado al rio, atados de pies y manos por ansiedades e inseguridades que con la caída se hicieron más pesados. Te pido perdón por haberte asesinado a sangre fría en aquella noche torrencial, noche de purificación, de cerveza y vidrios, de mensajes y malas decisiones, de sentencia, de acto y de adiós.
Luego de esa noche de tormentas comprendí mi pecado y maldije a la noche y sus estrellas que para ese momento brillaban más fuerte que nunca al descubrir que con tu partida volverían a ser las figuras más hermosas de la existencia, derrame las cavas donde guardaba el dulce licor que me recordaba a ti y finalmente bajo el efecto del alcohol y la melancolía bañe en gasolina todas las cartas y libros de los que fui dueño y entre copas y baladas me prendí fuego abrazando a esos libros como si fueran tus caricias, tus miradas y tus besos.
Comentarios
Publicar un comentario