Carta del 21 de octubre de hace muchos años

 Hasta hoy logré animarme a escribir toda la mescolanza en la que he estado bailando desde ayer. Yo sabía lo mal que iba a sentirme, yo sabía que el tiempo no es inextinguible como el dolor de tu ausencia. Yo sabía que me iban a terminar. Ya no siento que pueda escribir mi confesionario en las cartas, ya ni siquiera sé cómo debería sentirme con esta pérdida. A ti, lectore, te incomodo con lo que me ha hecho un ser triste durante los últimos días. Volvía a bailar tangos por el abismo con el humo del cigarrillo que se desenvolvía en nuevas enarmonías de mis pasados más desahuciados. Volví a preocupar a las luciérnagas que nos observaban charlar por las tardes cerca a tu casa y al lago de los patos que perfectamente podría ser un estanque para una película de asesinatos y tragedias. Mi yo consciente de lo que se viene sigue pasmado mientras deshoja los pétalos que solo viven en la memoria del tacto de mis manos. daniel está muy preocupado por saberse en el inicio de un gran dilema. de...

3. LA ANACRÓNICA







 -¿Para siempre? 
-No, lo siento. Sería injusto prometerse tanto. Sólo por esta noche, pero si me conoces sabrás que mis noches son largas... ¿Listo? 


Andrés Caicedo Estela, ¡Qué viva la música!  



Tanta fuerza y tanto amor hacen al mundo girar, algún día lo descubrirás. 


Charly García, Cretino. 



Era una chica que voló, vio florecer la luz del sol y nunca volvió. 


Carlos Emilio del Guercio, Que el viento borró tus manos. 




¿Mi nombre? Llamadme Cóndor desbocado que surca salvajemente el viento de los Andes, si sois de esos que gustan de poner nombres a todo lo que les genera un reto de aprehensión. Si les parece muy largo el nombre entonces pónganme el que se les de la gana: Margarita, María, Catalina... Pero eso sí, compleméntenlo con algo absurdo, así se acerca más a mi esencia: Margarita muerta en la Cruz, María de las Estrellas, Catalina Inquisición... Lo que se les ocurra. 






Me gusta el rock, las ciudades grandes, el algodón de azúcar, el aguardiente Líder, el olor a libro viejo, bañarme en ríos cristalinos que se lleven la suciedad de mi alma, el cine que envuelve mi cuerpo en un manto de oscuridad e ilumina mi mente con un poderoso resplandor... y muchas otras cosas que evocan libertad y soledad.  

Más que nada en el mundo me gusta el amor: pronunciarlo, escucharlo, observarlo, olerlo, hacerlo, tocarlo, verlo en medio de su fluir eterno a través de la vida, verlo moverse de mano en mano como abeja yendo de flor en flor, observarlo atrapado en medio de la lucha de lenguas durante un beso apasionado, escuchar su hermoso estallido durante el llanto amoroso de una madre que ve a su hijo nadando en medio del aire, sentir cómo se aferra a mi mano con la esperanza de una vida de felicidad y alejada de toda angustia, sentir su fuerza demoledora, la misma que mueve al mundo, alrededor de mi cuerpo, apretando con tanta fuerza hasta que llego a sentir cómo ilumina mi alma y la hace resplandecer como el sol naciente de la primavera, resplandor que se ve reflejado en los remotos brillos que suelen aparecer en mis oscuros ojos, en mi mirada despreocupada que se posa dulcemente como mariposa sobre todos lo seres de esta tierra, sentirlo recorrer afanosamente, de extremo a extremo, mi cuerpo, desde la uña del dedo gordo de mi pie izquierdo hasta el pequeño bucle que se forma al final de mi pelo, desde las puertas rosadas y húmedas, ubicadas donde convergen las piernas, hasta mi corazón agitado y sediento...

Es una lástima que la mayoría de las personas no disfrute del amor. Sufro hondamente por aquellas personas cuya percepción del amor, al igual que sus vidas, es tan vacía como las películas de Adam Sandler. Creo que el propósito de mi efímera vida es guiar a las personas por el camino correcto, por aquel camino por el que una vez la humanidad marchó firmemente sin preocupaciones ni congojas, hasta que "fuerzas supremas", dictadas por la envidia de algunos hombres, los segregaron y alejaron de todo auténtico propósito, los etiquetaron y numeraron en pares, como si fueran cromosomas constantes e invariables que deben desempeñar la función que les ha sido impuesta, sin derecho a elegir, sin derecho a objetar, y con la amenaza de los más ardientes fuegos esperando por su alma el día en que dejen de lado su existencia. 

No soy más que una mujer libre, soy solamente un individuo con espíritu indomable y voluntad de cambio en esta compleja y extensa red de existencias en las que coincidimos, no puedo cambiar en todo el mundo la forma en que perciben las cosas. Lo hago con aquellas personas que se encuentran vulnerables a mi constante exposición de amor: mi familia, mis amigos, los hombres a los que amo... 

El propósito de mi descripción y relato no es más que una profusión un tanto más amplia que el del campo de la acción. Mi vida está llegando al crepúsculo, ya han pasado la suavidad y frescura del alba, el ritmo tranquilo y seguro de la mañana, la sublime belleza del atardecer, y pronta, como en toda vida humana, se encuentra la noche; la veo venir, está cada vez más cerca de atraparme en su eterno sueño, más cerca de llevarme al mundo donde el amor no existe, donde sólo reina la nada, donde hay una infinita ausencia de luz y, por tanto, una oscuridad aterradora. El único consuelo que me queda es el haber aprovechado mi vida, el haber amado sin miedo y sin tapujos, el haberme divertido cada día más, consciente de que la muerte y la vida están tan próximas como el mar y la arena, el haber plantado una semilla de duda en las personas, el haber significado un cataclismo en sus vidas, el haber sido la gasolina que daba rienda suelta al motor de cambio dentro de ellos. El único consuelo es, parafraseando a Dylan Thomas, que no he entrado dócilmente en esa buena noche, que he sentido profunda rabia hacia la muerte de la luz y del día, que he visto en mis propios ojos un brillo estelar y alegre, que a pesar de que entiendo que la oscuridad es lo correcto me aferro a la luz y me alejo con paso firme de aquella promesa de tranquilidad que hace de la noche una seductora fatal, a la que acuden millones de débiles. Pero las personas se niegan a aprender hasta que se les muestra lo próximas y cercanas que están las vidas de todos, hasta que se dan cuenta que no importa si estamos tan lejos como las estrellas o tan atados como nuestros sueños, que es igual. 

Es por esto que no vengo a hacer más que contar una brevísima historia que de seguro sentirán tan próxima como si fuera vuestra, como si los hubiese mantenido bajo vigilancia constante cual dios omnipresente. Pero se darán cuenta que lo único que he hecho ha sido vivir y observar, y notar que, como sentenció Shakespeare, todos los seres humanos estamos hechos con la misma sustancia con la que se trenzan los sueños. 

Cuando mi vida se encontraba aún en medio del calor y la precocidad de la mañana, me topé con un hombre tan desviado que cuando le preguntaba "¿quién eres?", me respondía, cual niño recitando las tablas de multiplicar: "soy Andrés, el hombre que te ama profundamente, como ama el día al sol, como adora la noche a la luna, como el poeta que en cada una de sus palabras desborda amor por su musa..." Yo no aguantaba la risa ante aquellas declaraciones de manual de caballero, ante aquella negación de sí mismo, ante aquella complaciente evasión de llegar a comprender lo que se es realmente. Yo le di todo mi amor a aquel hombre, lo ame intensamente hasta donde su debilidad me lo permitió, porque cuando una persona es tan fuerte que encuentra el suficiente amor en sí mismo para sobrellevar la dureza de la vida, ya no necesita del amor de los demás. Tengo plasmado en mi mente el fiel recuerdo de aquel día en que se hizo fuerte: acabábamos de salir del cine, estaban proyectando una película llamada '500 days of Summer', al salir de la sala y dirigirnos a un parque bastante cercano noté su mirada perdida y extraviada en divagaciones que sólo podía someter a especulaciones. Me preguntó, de un momento a otro, si yo lo amaba, seguramente el film había dejado una estela de angustia en su mente, un sentimiento de preocupación al sentir próxima su situación a la del protagonista. Tal vez encontró en la mirada melancólica de Joseph Gordon-Levitt su propia mirada perdida, en su dependencia por Zooey Deschanel su dependencia hacia mí. Yo le respondí afirmativamente, no sólo con palabras sino también con el fuego que embarga la mirada de aquel que observa fijamente la duda en los ojos de la persona a la que ama verdaderamente. Me preguntó, profundamente angustiado, si mañana seguiría amándolo. Tal vez esperaba una respuesta tan dulce y falsa como: para toda la vida, amor... Yo le di algo mucho mejor, le di honestidad, le di luz a aquella noche repleta de espesa niebla en la que vivía, le di claridad. Le respondí: "Te amo infinitamente, no puedo vivir sin ti. Pero date cuenta que la eternidad se encuentra atrapada en un segundo, en un minuto, en una hora, en un día... así que, te amo infinitamente en la eternidad del ahora, no puedo imaginar una vida sin ti porque me limita ésta eternidad. Mañana habrá un mundo nuevo de posibilidades, tal vez mañana despierte y me de cuenta que puedo vivir perfectamente bien bajo el ala de la soledad, tal vez mañana aún necesite de tus besos y tus caricias. Te amo perro. ¿Por qué perro? Porque eso eres, un perro que ha aprendido a ladrar, a amar, la misma cosa, porque te acabas de dar cuenta que el hogar al que debes volver para poder comer, es a ti mismo, no a mí, no a esta flaca, sino a ti. No eres Andrés. Nunca lo fuiste. Esa fue la etiqueta que se te impuso desde que lloraste por el frío de este mundo, y de la cual ahora te libero. Te amo perro." Una lagrima llena de comprensión se deslizó ligera y suavemente por su rostro, y estoy segura que al llegar hasta su pecho se evaporó por el candente amor que embargaba a su corazón en ese momento. Me dio en beso, y se se fue caminando feliz y seguro a través del río de calles y puentes, se perdió en medio de la espesura de la noche, pero yo sabía adónde se dirigía, no era necesario seguirlo angustiada por su seguridad, porque sabía que iba directo a su casa, directo a ese hogar que hasta entonces le había sido negado por todos aquellos que decían amarlo, pero que lo único que hacían era mantenerlo atado a sus complejos e inseguridades, sabía que iba directo hacia sí mismo. 






Y, así, me quedé viendo tranquila las estrellas, contemplando con horror dentro de mí misma cómo se acercaba cada vez más la muerte de la luz, pero con la satisfacción de un deber cumplido, con el corazón rebosante de amor por aquel hombre que ahora había dejado de amarme, de necesitarme, de depender de mí, con los ojos llenos de estrellas, cada una dueña de un resplandor infinito, con mi alma hecha un espiral de diamante en el cual se perdían todos los dolores y pesares, con la esperanza puesta en el porvenir y los recuerdos que quedarán de este, cuando yo ya no sea más que olvido, cuando ya haya entrado en esa buena noche, pero no dócil sino fieramente, llena de rabia por dejar atrás al amor y la libertad, enfurecida ante la partida de este mundo sin haber generado un gran cambio, pero alegre y tranquila porque no me aferro insensata al placer de la brisa golpeando mi rostro sino que abandono la luz con la esperanza puesta en aquella nueva vida que empieza con mi partida, en aquella persona que no sabrá que fui sobre la tierra, pero que, al igual que yo, entenderá que aunque nos juren, con cruz en mano, que el viejo sueño de volar no es verdad y te guarden envidiosamente en una jaula, al final, el amor es más fuerte. 



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