Tengo una extraña obsesión por comenzar mis escritos afirmando descaradamente la existencia de algo, de alguien o de algo en alguien. Esta vez puede que cambie un poco.
En realidad, mi forma de ver el mundo no es muy diferente a la de la tan repudiada por intelectuales, "mayoria", y en ese orden de ideas, me gusta caminar por las calles callando la voz de mi consciencia con un par de canciones viejas.
Recuerdo aquella vista a la cárcel de montañas, plagada de estrellas, conmigo expulsando ese agrio olor a cerveza. Salía de mi boca y de otras cuantas. No guardo rencor alguno a los daños que provoqué a mi cuerpo y que aún me provoco.
Volteo la cara a los verdaderos problemas y me gusta pensar que tengo amigos, una novia y una familia. Esta puede, y sé que lo es, una desgarradora forma de decirle al mundo que me siento felizmente ingenuo, felizmente solo.
Suelo también, en ocasiones, rozar el arte con mis dedos, pensar ciencia escasamente y filosofar hasta donde mi mente (que en este punto ya no sé si es o no mente) me permite. Hablo vulgarmente y escribo con forzado lenguaje rimbombante para desconcertar a aquellos que primero me leen y después me hablan. Aunque me guste más el efecto inverso.
Entonces, querido lector, así lo introduzco a un breve mensage de esperanza para su vida.
Si usted, ser que está leyendo esto, aun busca la autenticidad artistica, aun busca ser el fundador del segundo giro copernicano, aun busca un sentido vitalista de la vida más preciso que el de Nietzsche, déjeme decirle que, por mi experiencia, es mejor que viva tranquilo en su propia desesperación.
Camine rítmicamente, con los dedos marque el desesperado tempo que provocan los golpes que su consciencia le da a su cráneo. Justo como dicen estos vacios mensages de cajón:
Ría, corra, ame, salga a manosearse con la primera lluvia que caiga, lleve encima de su rostro una sonrisa cínica que le evite la molestia de explicarle a alguien más su dolor, aquel dolor que usted mismo borró a propósito.
Vaya, siga todas las instrucciones. Camine de su casa a la oficina, de la oficina al bar y del bar a su peñasco más cercano y, en el silencio de su conducta y con la canción vieja en su mente, mátese, llegue así a su extasis...
Si no le agrada la idea, acostumbrese a llorar en medio de la nada y sin razón alguna es una buena opción. Se le harán comunes las caras largar de los transeúntes, se le harán dolorosas las cifras de la guerra, se le hará doloroso la más mínima injusticia.
Pero desde ya le digo:
Acostumbrese, porque de lo que está al alcance suyo ya nada le será posible.
Comentarios
Publicar un comentario